
Yo quise que hubieran rosas azules. Tenía un jardín gigantesco de rosas blancas. Y ninguna azul. No sabía cómo crear una rosa azul. Miré hacia todos lados, nada azul con lo que teñirlas. Solo el crepúsculo en las horas tristes del anochecer. De pronto, vi mis brazos. Por debajo de la piel, se veía un hilo de sangre. Azul. Ya sabía con qué teñirlas. No tenía temor. Ni aun llenando los océanos y los lagos y los ríos de todo el mundo podría yo perecer. La maldición de la eternidad me acompañaba. Corté mis brazos, mis muñecas, mi abdomen, mis piernas; sentí como se me adormecían los miembros, desde la punta de los dedos hasta llegar a... No supe más.
Al llegar el alba, mis ojos se abrieron. Estaba acostada sobre las rosas, que ya no eran blancas, pero tampoco azules...
Eran rojas.
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